«Las personas somos diferentes por razón de nuestra herencia, intereses, motivaciones, ritmos de aprendizaje, grupo social de procedencia, sexo, expectativas vitales, capacidades sensoriales, motrices o psíquicas, posibilidades y experiencias laborales, lengua e ideología, etc.» (Esperanza Bausela Herreras)
La diferencia, en sí, enriquece la vida humana y genera complementariedad. Lo verdaderamente empobrecedor es que ese «ser diferentes» desemboque en desigualdad, en falta de equidad y en injusticia social.
Coincidimos con Bermúdez (2002) quien afirma que hasta la fecha resulta casi anecdótico encontrar documentación sobre la problemática de las personas con discapacidades físicas o sensoriales que acceden a los estudios superiores. Ello no quiere decir que no accedan a los estudios superiores personas con discapacidad. Pero, los escasos alumnos con discapacidades visuales, auditivas o de desplazamiento y manipulación que han alcanzado los estudios superiores, lo han hecho gracias a una gran fuerza de voluntad, el uso de numerosos recursos tanto personales como técnicos y económicos y el apoyo indiscutible e incuestionable de sus familiares y amigos.
Por otro lado, los distintos ámbitos educativos atienden la diversidad si parten de las diferencias y las aprovechan para el crecimiento personal y colectivo de los individuos. Las instituciones educativas y la misma sociedad deben ser conscientes de que el proceso de construcción personal depende de las características individuales (de su diversidad), pero sobre todo de los apoyos y de las ayudas que se proporcionen. Obviar la diversidad sería tanto como soslayar la singularidad humana y despreciar su riqueza.
La atención a la diversidad en la preparación para el mundo del trabajo docente tiene un tratamiento aparte. Cada caso deberá ser analizado y particularmente evaluado, ya que se trata de un tema muy delicado y de compleja resolución.
Por esto la atención a la diversidad dentro del sistema educativo, debería ser contemplada y garantizada como obligación insoslayable del estado, particularmente en sus etapas de escolarización obligatorias, teniendo como objetivo ofrecer la calidad de enseñanza que reclama y exige la sociedad actual.
Impartir a todos – iguales y diferentes – el mismo tipo de enseñanza, no garantiza el ajuste de la misma a las características de cada alumno y, por lo tanto, la oferta adecuada par el desarrollo de sus capacidades. Las personas somos diferentes y, en consecuencia, el sistema educativo debe ser lo suficientemente flexible como para acordarse de las particularidades individuales, de modo que las tenga en cuenta a la hora de diseñar un modelo más ajustado a éstas.
Enseñar y aprender la diversidad es una de las tareas fundamentales de la educación para el siglo XXI.
La construcción de un programa educativo que atienda a la diversidad tiene que incluir, al menos, tres componentes educativos según Bayot, Rincón y Hernández (2002):
a) Fomentar el respeto por la diferencia y el saber convivir con los demás, ya sea en el ámbito familiar, social o escolar.
b) Aprovechar esa misma diversidad existente como elemento formativo de los individuos.
c) Ser lo suficientemente flexible, de manera que parta de esa diversidad (o diversidades) y construir, en cada uno y en su conjunto, hasta el máximo de sus posibilidades.